Este plato muestra cómo los alimentos familiares adquieren un significado completamente diferente con el tiempo. La col blanca no se caracteriza por su acidez ni su textura crujiente, sino por la suavidad que revela durante la cocción lenta. Conviene cortarla finamente y rallar las zanahorias. Poner todo a fuego lento, añadiendo un poco de agua. Sin especias ni grasas. Simplemente el proceso.
Cuanto más se cocina el plato, más suave se vuelve. Las zanahorias liberan su dulzor natural y la col se desmenuza hasta quedar casi cremosa.
Es mejor disfrutar de este plato con una comida caliente o por la noche, en silencio. Despacio. No por el sabor, sino por el bienestar. No aporta ni picante ni energía; reduce el estrés, ayuda a “desconectar” del día y a no exigir más.
Verduras guisadas, cocinadas sin ruido, como una forma de aceptación.
Repollo estofado con zanahorias: paz en la textura
